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Mama Chungu, Tanzania 2009

miércoles, 13 de abril de 2016

Raizales, creole y calypso en un mar de siete colores, San Andrés, Colombia




El calypso suena, las olas del mar lo acompañan, los pericos cantan y San Andrés se levanta. Nos levantamos al mismo tiempo. Salgo de mi cuarto en una posada nativa, hecha en madera que perfuma la casa con su olor. Cuadros, fotos y decoraciones que me recuerdan perfectamente el sitio donde estoy parado. Hora de preparar desayuno con Mis Cli, una raizal que hospeda personas en su casa desde antes de nacer. Cuando San Andrés se volvió puerto libre, su mamá empezó a hospedar a los visitantes en las mejores habitaciones. Desde ese entonces empezó esta tradición. 













En India algunas personas creen que al cocinar una comida, ésta queda con la energía de las personas que la prepararon. Mi desayuno quedó con la energía de carcajadas y cantos de pequeños versos de calypso, que Mis Cli utiliza para contar sus cuentos. Desayuno con pan de coco traído de las "fair tables" (unas puntos donde las mujeres de la isla venden comida para ayudar a su familia), jugo de carambolo y más calypso sonando.

Las motos empiezan a circular por la isla. Por ese medio me transportaría durante mis días caribeños con una pilota isleña (amante de su isla) que me cuenta historias del archipiélago a medida que maneja. Se siente el viento pasar, varias partes de la carretera bordean el mar y sus palmeras para adicionarle más puntos al recorrido. Al encontrarse con alguien conocido las dos motos bajan la velocidad y van charlando a medida que avanzan.  Se ven motos con familias enteras movilizándose. Niñas sonrientes con trenzas y su uniforme listas para ir a su colegio. Así empieza mi día en esta isla. Hace un par de años instalaron el primer semáforo de la isla, algo nunca antes visto por estos lares, por ese motivo la gente no sabía cómo reaccionar al tener que parar, charlar o no, saludar a la moto del lado o no, la gente se ponía nerviosa al parar. El mundo, su gente y sus creencias.





Se me vienen unos días de vivir la experiencia del Geoturismo, un proyecto que busca mostrar las maravillas que San Andrés, Providencia y Santa Catalina tienen, mucho más allá que sol, playa y planes todo incluídos. O como los locales diferencian a los turistas que los visitan: los de manilla y los que no tienen manilla. 


Primera parada: cabalgata ecológica por las montañas de San Andrés. Saludo a Careta, mi yegua, le consiento la parte más suave de un caballo, la parte entre sus dos fosas nasales. Huelo el olor a caballo que sólo me trae buenos recuerdos y para arriba. A montar a caballo por la isla con dos italianas con nuestro guía de cabecera: Hippie, un raizal que en su infancia, su papá lo llevaba al colegio en el medio de transporte que estamos utilizando. Cabalgata llena de historias locales. A medida que pasamos por árboles frutales, Hippie nos cuenta de las propiedades  de cada fruta. Baja unos tamarindos listos para comer, nos los da, comemos. Nada más rico que comer frutas cogidas directamente de los árboles. Ver el mar a distancia desde el lomo de un caballo es algo muy sabroso, pájaros cantando, el mar de los siete colores mostrándolos todos y las palmeras moviéndose con el viento de lado a lado. Respiro profundo, olor a caballo y aire puro entrando a mis pulmones. Me despido de Hippie, de Careta. 



Es hora de continuar con mi jornada haciendo una parada técnica para tomarme un agua de coco en la zona este de la isla llamada: San Luis (donde la gente vive feliz). Sesión de coco viendo, oyendo y sintiendo el mar. Lo extrañaba, casi tres meses separados y ahora otra vez juntos. Definitivamente siento ese ancestro del Homo Sapiens que viene de este infinito mar.







Para el almuerzo nos esperaban las delicias locales que tiene la isla para ofrecer. Llegamos a la Reagata, un restaurante encima del mar atendido por su propietaria, las ventanas sin vidrio tienen de vista el mar. De música: las olas. Llega el "Bread Fruit", una fruta típica de la región muy común. Caracol hecho en limón, Crab Back (plato típico de la isla a base de cangrejo), y langostinos con arroz con coco, acompañados de una limonada de coco que me dan la energía necesaria para seguir con el descubrimiento de la isla. 

Siguiente parada: El Barrack, un barrio tradicional de la isla ubicado en la zona alta. Fue el primer asentamiento esclavo de la isla, por eso mismo su nombre. Nuestra guía: Nubia, una raizal que se ríe a carcajadas, al menos, 11 veces por hora. 



Las casas de madera le empiezan a poner color a la zona, no sólo el mar contribuye coloreando el paisaje en este lado del mundo. El hecho que sean de madera hace que su mantenimiento sea más costoso, por ende, la madera y tradición arquitectónica se está perdiendo lentamente. Nubia cuenta de la historia de sus antepasados, a medida que caminamos el 77% de las personas la saludan, siempre con sonrisa con dientes, hablan en creole, nada que logro entender la totalidad de esa mezcla de inglés británico con idiomas africanos. Mi palabra favorita hasta el momento: bombahead, significa enamorado. 




A medida que avanzamos la música de las casas le van poniendo ritmo a neutros pasos, es complejo sentir esa música y no bailar un poco. Las puertas de las casas abiertas, la ropa secando bajo el sol, sillas en las portadas y balcones donde se sientan los vecinos para charlar, jugar un juego de cartas o una partida del típico dominó, que algunos participantes tiran con entusiasmo sobre la mesa.

Con razón dicen por ahí que la vida en el mar es más sabrosa. Podría dar certeza a ojo cerrado de ese dicho, en especial por estas zonas. El recorrido sigue acompañado de más historias y sonrisas. Cuentan que las mejores frutas de la isla vienen de los árboles del cementerio; debemos ser excelente fertilizante una vez dejemos de respirar en esta tierra. Yo me río con esos cuentos, Nubia salta su carcajada o como dice ella "pela el diente". 

El sol se alista para despedirse así que bajar de la montaña (donde queda el barrio) para despedirse de él como se merece. El reague suena. Un rasta sonriente, que también lo llaman Sol, me entrega una cerveza, hora de ver el atardecer acompañado de las olas del mar. El sol se va ocultando, los colores de las casas dejan de brillar, las luces se van prendiendo lentamente. Hora de ir a reposar y recargarse de energías isleñas para continuar este recorrido.
 

Careta y aletas puestas, chaleco inflado, 5 kg de plomo en la cintura, cámara en una mano, regulador en la boca, la otra mano en la máscara y regulador. Pregunto "libre", me responden afirmativo, dejo caer mi cuerpo de para atrás de la lancha sobre la que estoy sentado. Siento el agua mojar el wetsuit, mi cuerpo. Hora de sumergirme en este mar de siete colores. Estoy buceando en una zona de arena blanca, sitio donde las rayas se gozan la vida, juegan a las escondidas usando la arena como escondite. El reto mío: encontrar la mayor cantidad posible. Seña de sacar el aire de nuestros chalecos y dejar que el plomo nos lleve al fondo del mar. 

 El aire comprimido del tanque sale, mis pulmones se llenan, me conecto con el mar, docenas de burbujas van saliendo. Momentos en la vida donde cada cual es consiente que uno respira, necesitamos aire para respirar y debajo del agua es de los momentos que más cuento me doy de eso. La llamo mi meditación interna y que mejor que con la fauna y corales que nos esperaban en su hogar. Los primeros peces empiezan a desfilar al frente nuestro, visibilidad perfecta, condiciones de buceo ideales. 

A medida que las burbujas salen seguimos pataleando con tranquilidad. A falta de una raya, encontramos ocho. Me acuesto en la arena al lado de ellas, las veo respirar, abren y cierran sus agallas, mueven sus ojos, de lo poco que dejan ver al estar escondidas. Al verme tan cerca optan por hacerme un show privado y nadar al frente mío. Mueven sus aletas como si estuvieran volando, hacen un movimiento algo brusco, como cuando un perro trata de secarse, para que la arena que tienen en su cuerpo vuelva al fondo del mar. Una vez limpias de arena, se mueven con una paz debajo del agua que sólo produce tranquilidad verlas. Me quedo quieto hasta que se desvanecen en el azul oscuro del mar. El buceo sigue hasta que mis pulmones se acaban el aire comprimido. Salgo a la superficie después de la parada de seguridad. Me quito mi máscara, respiro por mi nariz, aire entra, aire sale. Lastre, equipo y Christian para la lancha. 

 






Después de la buceada es necesario hidratarnos y comer algo dulce. Después de bucear, es de los momentos donde las papilas gustativas más disfrutan comer, solo aire seco por 53 minutos, azúcar entra, energía para el cuerpo y todas las papilas disfrutando lo que acaba de entrar a la boca. Mar lleno de color, aguamarina, múltiples azules, hora de volver a tierra firme. Planes para hacer debajo y arriba del agua en lo que muchos llaman el jardín infantil del mar.

Un camino colgante, casi infinito, hecho de madera, me lleva de un sitio a otro dentro del manglar. Sitio donde un número importante de peces y animales marinos escogen para poner sus huevos y dar cría por múltiples factores, uno de ellos: la protección que le prestan las raíces del manglar a sus crías. El viento pasa, no hay nadie más en el camino, solo pájaros arriba y peces debajo. Varios cantos de pájaros que hacen que uno tenga que mirar de lado a lado en busca de ellos. Una caminata muy tranquilizante que la complementaría con una sesión de kayak. No un simple kayak, uno transparente que permite que uno vea lo que está ocurriendo debajo de los pies de uno (literal). Dos personas por kayak, el único sonido es el del viento y el de los remos entrando y saliendo del agua totalmente transparente. 


























Empieza el recorrido en una de las lagunas del manglar, todos rodeados de naturaleza, el sol arriba y medusas invertidas abajo. La guía se baja, teniendo cuidado para no tumbarme a mí, se sumerge y saca una de las medusas. La deja ir, lentamente va nadando con la tranquilidad que genera ver su nadada, hasta el fondo de la laguna. Nos cuentan que no tienen la necesidad de nadar mucho ya que un alga vive en su cuerpo y les brinda el alimento necesario para vivir. Lo que llaman una relación simbiótica, ellas le prestan hogar al alga, y él alga les brinda alimento. Relaciones naturales que me gusta ver en este magnífico mundo. 

La remada sigue, pasamos entre túneles de manglar hasta llegar al mar, uno muy pando, con arena blanca y agua transparente esperándonos para que nadáramos en ellas. Veo docenas de kite surfers jugando con el viento y el mar. Salto al agua a ver los peces debajo del agua con nuestras máscaras. Varios peces bebés viviendo en sus raíces, caracoles y más manglar. Hora de remar devuelta a tierra firme. 



El día estaba próxima a culminar, el sol todavía alumbrando. Careta puesta, pulmones llenos y a caretear en las profundidades. Agua cristalina, corales de todos los colores, peces loro comiendo coral, veo una, después dos, cuatro esculturas de humanos y piratas debajo del agua. Al verlas me asusto, las veo bien, son estatuas, lleno bien mis pulmones para bajar a inspeccionarlas. Están sobre arena blanca, arena que las "anguilas jardín" utilizan como hogar, se ven sus cabezas saliendo, docenas de ellas, al verme se esconden totalmente. El sol se va, últimos rayos de sol para mí en esta isla. Al día siguiente saldría temprano a visitar a su hermana menor, Providencia.




Los quiero,

CHB 


Este viaje no hubiera sido posible sin la colaboración y apoyo de: 

  • Restaurante La Regatta
  • Posada Nativa Yellow Moon
  • Bengue’s Place
  • Native Horses
  • Ecofiwi
  • The Morning Show
  • Buceo Blue Life Dive
  • Guianza Roots
  • Posada Nativa Miss Cli’s
  • Camara de Comercio de San Andrés y Providencia
  • Programa de Geoturismo (http://www.caribbeancolombia.com/)