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Mama Chungu, Tanzania 2009

viernes, 13 de mayo de 2016

Visitando una isla que pareciera que tuviera Photoshop, Providencia, Colombia



Piloto y copiloto abren las ventanas del avión de 19 pasajeros en el que estaba sentado al lado de una ventana, claramente. Después de un vuelo de 23 minutos y sobrevolar, emocionado, la tercera barrera coralina más grande (diría que de las más coloridas) del mundo estaba en una isla que está muy bien guardada en mi corazón.  Estoy en el pequeño aeropuerto de Providencia, Colombia. Si aterrizo en un sitio donde sólo aviones pequeños pueden aterrizar en pleno siglo XXI es un buen indicio, no sólo del sitio donde estoy, sino de la gente que llega a a visitar la isla. Al no ser un sitio fácil de llegar, las personas que están acá, es porque realmente quieren estar acá poniendo esfuerzo extra para ver esta perla escondida en este infinito mar.


Por el peso de las personas y del equipaje, no pudieron enviar todas las maletas en la avioneta. Una de esas fue la mía, llegaría en el vuelo de la tarde. Para abordar el vuelo a uno lo pesan, según la niña del counter, algunas personas se preocupan al ver que los demás vean su peso... El mundo, su gente y sus creencias. Salgo a buscar mi transporte, claramente una mototaxi.

Estoy parado en una isla de origen volcánico donde no viven más de 5,500 personas, ni pensar en usar casco (los únicos que utilizan casco son los policías). Se me acerca un raizal sonriente, la persona que me llevaría a mi hotel en su moto. Me saluda en inglés, le respondo. Raro hablarle a un compatriota mío en inglés. Los isleños son trilingües, hablan creole, inglés y español (algunos con acento) a la perfección. Todo con una razón: años atrás fueron colonia inglesa y muchos de sus antepasados fueron traídos directamente de África (mi continente favorito), historia que dejó su fuerte cultura impregnada en el ambiente, en su gente, en su gusto por las carreras de caballo, por los tambores, la música, el baile y el disfrutar de las cosas importantes de la vida.

Voy por dos amigos suecos, que les recomendé cambiar sus tiquetes para que conocieran esta isla, al muelle. Ellos llegaron en catamaran, los veo llegar. Nos saludamos, se ven emocionados al llegar. Todos en camino a donde Enilda, el hotel donde nos quedaríamos. 



El viento pasa, las ceibas adornan las calles y montañas de la isla. Es una isla montañosa con mucha naturaleza, arriba y abajo del agua. Veo los paraderos de los buses (o del bus ya que no hay más de un bus público) con pura arquitectura marina. Paraderos con forma de pulpo, manta raya, cangrejo y otros cuantos amigos marinos más. Sitios que usan los locales van a charlar, poner música, hacerle trenzas a las amigas no justamente para esperar el bus, que no es muy común que pase. Hasta los paraderos de la isla tienen sabor. 

El recorrido en la moto sigue, la carretera bordea toda la costa, el viento se siente pasar por la cara de uno, se ve el mar de todos los colores, agua marinas, azules de varias gamas, para mi: uno de los mares más lindos que conozco. Para mi amiga sueca: un mar que parece que tuviera Photoshop en la vida real de lo lindo que es. Uno se podría quedar viéndolo, disfrutándolo, oyéndolo por horas. Esperaban por nosotros en nuestro hotel, uno que tiene una hamaca roja y un nido con dos polluelos adentro que al sentir y oír a sus papás llegar sacan sus picos y gritan para que los alimenten. 


Los dos suecos y yo, a bordo de nuestra moto alquilada rumbo a Sea Life, un restaurante con vista al mar en la isla de Santa Catalina. Una pequeña isla, con 200 habitantes, que está conectada con Providencia por medio de un puente peatonal muy colorido que flota en el agua transparente del mar; de día se ven cardúmenes de peces nadando cerca y de noche rayas y rayas águilas nadando con tranquilidad a medida que turistas y parejas enamoradas esperan su llegada debajo de las estrellas. 

Comemos el plato tradicional de cangrejo negro de la isla, pescado, arroz con coco y jugo de maracullá en leche, reague de fondo y el mar de frente. Primer almuerzo isleño. La isla tiene la famosa cabeza de Morgan, una piedra de unos tres metros que tiene la forma de una cabeza, de ahí su nombre. Buena caminata con vista al mar y montañas de las islas. 

Es domingo, día de jugar volleyball, bailar y estar en familia en Manzanillo. Llegamos todos a bordo de nuestra moto, tres personas por moto es bien común de ver, hasta cinco personas llegaría a ver. No hay más turistas, sólo locales, raizales hablando en creole. Los chiquitos juegan con las olas del mar, la música suena a todo dar, no importa que suene algo distorsionado, el volumen tiene prioridad. Con algunas canciones los chiquitos sentían la música a tal punto que hacían algunos bailes en donde fuera que estuvieran. Lo mágica que es la música, las vidas que alegra alrededor de este mundo. Palmeras, mar azul y gente linda. Nada más se le puede pedir a la vida.

Juego con los chiquitos, después apuesto algo de plata con los grandes jugando volleyball, las cervezas van pasando y la música sonando. Pasa un amigo raizal sonriente, le pregunto algo, me responde "Yea man", sonríe. Me gusta que me respondan así. Primer atardecer al lado del mar en Providencia, respiro, sonrío. Por lo visto mis deseos de vivir algún tiempo de mi vida por estos lares siguen vivos, pareciera que mis genes jamaiquinos (mi abuelo nació allá) se despiertan en estas islas caribeñas, me siento como en hogar, en mi salsa. Mucho más que en una cuidad de ocho millones de personas.

Día intenso para acabar con una comida poderosa de frutos del mar. Me llega un pescado relleno de camarón, langosta, cangrejo y caracol. Al ver el plato mis ojos se emocionan, con el primer bocado mis papilas gustativas siguen con la emoción, después todo mi cuerpo. Una receta con años de historia inventada por Miss Elma, una raizal que por generaciones ha preparado estas delicias. Mis amigos emocionados, recargamos energías. se siete el viento pasar, el mar medio iluminado. Directo a nuestro hotel ubicado en el sureste de la isla. 

Nos recibe Enilda con una sonrisa, mi cuarto tiene tres camas muy cómodas. La de la mitad espera por mi. No prendo el aire acondicionado, nunca lo hago, me acuesto. Sonrío, estoy en la isla de Providencia.




El sol llega con sus rayos por estos lares, salgo de mi cuarto, respiro profundo, me gusta el olor de isla, del mar. Me acuesto en la hamaca para ver los primeros rayos del sol. Varios se me adelantaron en mi madrugada, los pajaritos con el nido en el techo ya estaban despiertos, trayendo comida a sus polluelos. Cuando los papás llegan, los chiquitos sacan sus cuellos sin plumas y cantan de una manera particular, desde ese momento cuando oía ese sonido, así no estuviera en la hamaca, sabía que estaban los papás alimentándolos.

Desayuno comunal con mis amigos suecos. La hija de Oral, uno de los trabajadores del hotel, se alista para ir a su colegio con un peinado muy elaborado. Cada día su peinado cambiaría, mucha labor en la cabellera de un niño. A nosotros nos esperaba el mundo submarino con sus habitantes, entre ellos los tiburones de arrecife. La sueca está nerviosa al pensar en bucear con ellos, yo le cuento de mis experiencias pasadas, de lo tranquilo que es, se anima. Hora de montarnos los tres en nuestra moto.

Equipo y regulador puesto, mano en máscara, dejo que el peso del tanque me hale para atrás de la lancha, caigo al agua. Espero a que los demás hagan lo mismo, seña con la mano del dedo para abajo. Aire entra a mis pulmones, burbujas salen, soy consciente que estoy respirando. Si no respiramos no podemos vivir, lo sabroso que se siente al respirar. Los plomos que tenemos en nuestras cinturas nos hacen bajar lentamente. Nosotros bajamos, nuestras burbujas suben. Visibilidad perfecta, estoy nadando en un gran acuario, mi acuario favorito del mundo: el mar.

Antes de lo que canta un gallo, veo un animal que me encanta, que se siente el rey del mar y nada con todo el poder que el mar ofrece. Un tiburón de arrecife, me emociono, pongo mi mano recta sobre mi frente, señal de tiburón, le señalo a los demás del habitante que estábamos visitando. Llega el primero, el segundo, hay momentos donde veo siete tiburones nadando alrededor de nosotros. No generan miedo, nadan con tranquilidad, se acercan mucho. Es un buceo donde la prioridad son los tiburones, poco me enfoco en los corales y peces pequeños, ya que este fenómeno no es muy fácil de conseguir en el mundo. Solo sitios donde los cuiden y los respeten, en vez de vender sus aletas para caldo de aleta de tiburón en China.... El mundo, su gente y sus creencias. Nadamos juntos, miro para atrás, veo dos tiburones detrás mío, adelante, otros dos. Todos nadamos en armonía, compartimos el mar.



El aire en mi tanque se va acabando, subida, parada de seguridad, el instructor juega haciendo burbujas en forma de rosca que a medida que suben a la superficie van creciendo hasta romperse. Salimos, me quito la máscara, respiro profundo por mi nariz, sonrío, los demás van saliendo, todos con sonrisas en las caras. Los suecos nunca habían visitado tiburones antes, es una experiencia única. Los dos me dicen que en ningún momento sintieron miedo. Nos subimos al bote a comer galletas e hidratarnos mientras vemos el mar colorido con la isla montañosa al fondo.

Segundo buceo, uno en un barco hundido de la Segunda Guerra Mundial, barco que ha servido para que corales crezcan en su cubierta. No le veo mejor uso a un barco de guerra que ese, deberían hundirlos todos para que los corales tengan un buen sitio para vivir, solo cosas buenas traería hundirlos a todos. Este buceo tiene algo especial: una morena verde de unos dos metros que nada cerca de uno. Está a la espera de peces leones, que los instructores matan para proteger el ecosistema de esta especie extranjera, que está causando muchos problemas. 


Vemos los primeros peces león, son muy lindos, no se le puede negar. Se ganarían, sin lugar a duda, el título a mejor traje de gala del mar, sus aletas decoradas, su color, su forma de nadar siempre exhibiendo lo mejor de su cuerpo. Toda esa belleza fue atravesada por un arpón, la belleza muere al mismo tiempo que el pez. Algo de sangre sale, la morena se emociona, llega nadando con un movimiento similar al que se mueven las culebras en tierra firme, se prepara para atacar, todos miramos, se le manda al pez león moribundo, lo caza y se lo lleva a los corales. Minutos después estaría nadando cerca de nosotros con el pescado adentro de ella (visible ya que se nota en qué parte de su cuerpo está por lo que es más grande que el diámetro de su cuerpo). Me despido de la morena, del barco, del mar. Hora de volver a tierra firme emocionado de mis primeros encuentros sub marinos. 


Día de relajación por la isla para terminar con una comida en un restaurante, donde las botellas de vino, que han sido tomadas/disfrutadas por los comensales, son las que dan la bienvenida. En el corredor al entrar al restaurante, están cientos de botellas, una encima de otra. Entramos, una trompeta suena, algunas noches hay música en vivo para amenizar el momento, genera una vibra especial, nos sentamos. Llegan ceviches, cangrejo y jugos naturales, todos preparados por Martín, un chef de Bogotá que lleva años en esta isla.  En el restaurante uno ya reconoce a los demás turistas, al ser tan pocos, a los dos días uno ya ve caras conocidas, los saludo, comentamos del sitio donde estamos parados. La trompeta deja de sonar, los grillos empiezan a cantar y las estrellas a iluminar. Hora de dejar reposar nuestro cuerpo en la isla de Providencia.

Me despierto listo para un buceo multinivel, uno tiene que ser avanzado para poder hacerlo. Daniel, mi guía de la mañana, me da todas las instrucciones, bajaremos hasta un máximo de 150 pies, me pone mi computador (un dispositivo que controla la profundidad y tiempos de buceo) en mi mano izquierda. Burbujas empiezan a salir, las oigo, después las veo, los tiburones empiezan aparecer, hacemos todo tipo de filmaciones con dos cámaras, con la mía y con la de Daniel. Los protagonistas: los tiburones, a medida que bajamos, la luz se va perdiendo, los tiburones se quedan arriba nuestro, se ve su silueta nadando arriba. Sentimientos ricos y ver a un tiburón nadar, estando debajo de él, similar a lo que es ver un pájaro volando desde arriba, lo mágico de este mundo. 



Nos internamos en unas cuevas, las burbujas quedan en el techo de la cueva, se ve como mercurio estancado. Los tiburones llegan, son bien curiosos, los miro, me miran, les veo sus agallas mover, su cola lentamente de lado a lado, estoy debajo del mar de Providencia, que más le puedo pedir a la vida. Los buceos profundos no pueden durar muchos por temas de narcosis (cuando el nitrógeno lo droga a uno). Vamos subiendo lentamente, hasta que salimos por completo a dejar de respirar por la boca seguido por la nariz. Recargar energías con galletas dulces, agua, esperar un rato a que el cuerpo libere todo el nitrógeno que tiene adentro. 

Me vuelvo a sumergir, con mi equipo, en esta ocasión visitaríamos miles y miles de peces de todos los colores. Se mueven en conjunto, bailan con coreografía, me meto entre ellos. Estoy muy bien rodeado, miro hacia todas partes, me siento parte del cardumen, un buceo poco profundo, con excelente luz y visibilidad que permite que uno se pueda quedar por periodos más prolongados. Me despido de sus habitantes para continuar con mi día. 



Mis amigos suecos pasan por mi, hora de ir remando a Cayo Cangrejo, uno de los cayos más lindos que he visto en mi vida. Nos subimos en un kayak blanco, la remada empieza. Comentamos del color del agua, de sus matices, me pregunto mucho por el gusto de los seres humanos por esta transparencia de agua, por estos colores, es algo que a mí, personalmente, me alegra sobre manera. Cada vez vemos el cayo más grande a medida que la fuerza de nuestros brazos nos acercan a éste. Parqueamos el kayak, saltamos al agua, dudaría que uno pueda tener aguas más transparentes que estas. El sueco me grita, acaba de ver una tortuga, nado hacia ellos, lo veo a él debajo del agua, después a ella. Solo mueve sus aletas delanteras, lentamente, produce mucha tranquilidad verla nadar. La sigo, no es muy amigable, acá se las comen, supongo que por eso le temen al ser humano, con justa causa. Nadamos lentamente, ella requiere de oxígeno, sube a la superficie, saco mi cabeza, la oigo respirar, sonidos que me alegran, toma un respiro profundo y se sumerge para irse. Fue nuestra última respirada juntos. 





Al regreso al cayo un cardumen de calamares me pasan por debajo, tampoco son muy amigables que digamos, me paro en tierra firme. Los otros visitantes del parque nacional ya se estaban devolviendo. Entre más desolado esté una isla o un sitio natural mejor aún, creería que la conexión con la tierra es más intensa, una reunión más íntima. Me subo a la cima del cayo, se ve Providencia, el mar con infinitos colores rodeándome, mi cuerpo siente al viento pasar, respiro profundo y sonrío. Doce años atrás estaba parado en este mismo punto sonriendo. Lo rico de volver a sitios que le marcan la vida a uno. Me siento un rato, medito, consiente de mi respiración. Bajo hacia mi kayak feliz, hora de remar devuelta a Providencia. Comentábamos con el sueco lo que habíamos vivido, agua perfecta, tortugas, naturaleza y mar de postal; nosotros estamos metidos en esa postal. El sol se despide, los últimos rayos de sol iluminan la isla, los grillos y ranas cantan, ellos se despiertan, nosotros nos dormimos.





Los quiero,

CHB


Agradecimientos a:

  • Vuelo Searca-Decameron
  • Posada Enilda
  • Discover Old Providence (Big Buai)
  • Buceo Felipe Cabeza
  • Buceo Sirius (Daniel)
  • Providence Gourmet Pizza
  • Restaurante Sea Star – Santa Catalina
  • Caballos Providencia
  • Restaurante Caribbean Place
  • Restaurante Miss Elma
  • Careteada con Winston
  • Camara de Comercio de San Andrés y Providencia
  • Programa de Geoturismo 
  • http://www.caribbeancolombia.com/


Ya que sin la colaboración de ellos esto no hubiera sido posible.

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